En la década de 1950, el panorama había cambiado completamente surgiendo innumerables búsquedas artísticas y nuevos valores en la concepción de la figura. En 1952, Octavio Paz escribió un artículo titulado Tamayo en la Pintura Mexicana y señala a algunos artistas de entonces como los protagonistas activos de una Ruptura, que es “en el texto de Octavio Paz más que un rompimiento, más que un golpe violento, una modificación cualitativa de las rutas, una continuidad por medios distintos y diversos”. Ruptura se denominó al periodo artístico que abarca aproximadamente desde principios de los años cincuentas hasta mediados o fines de los años setentas, sobre todo los años sesenta fueron propicios para el desarrollo de la pluralidad pictórica de acuerdo con el contexto social que México vivía.
Los artistas de la generación de la Ruptura no trabajaban en grupo ni sostenían ideas similares, sin embargo coincidían en mostrar un desacato hacia el muralismo, la desvinculación de una tradición nacional era uno de sus objetivos. En este sentido, el famoso panfleto de David Alfaro Siqueiros No hay más ruta que la nuestra fue un gran detonador de la oposición. Nombres como José Luis Cuevas (n. 1934), Manuel Felguérez (n. 1928) y Pedro Coronel (1922 – 1985), aparecen en este escenario, los dos últimos se revisarán, más a cuidado, en el apartado de abstracción geométrica por las coincidencias técnico–conceptuales que presentan sus obras con esta corriente artística. Otras propuestas del movimiento, no menos importantes, que no están presentes en la muestra son Lilia Carrillo (1930 – 1974), Enrique Echeverría (1923 – 1972), Fernando García Ponce (1933 – 1987), Vicente Rojo (n. 1932) y Héctor Xavier (1921 – 1995).
Fueron varias razones que se conjugaron para que se diera esta transformación en el arte nacional; Manuel Felguérez comenta que la llegada a México, primero de los refugiados españoles y, posteriormente, la de emigrantes procedentes de varios países europeos forjaron la rebeldía contra un lenguaje visual dominante. Algunos críticos consideran que la Ruptura representa una disyuntiva, no sólo entre formalismos plásticos que se habían generado por la influencia de nuevas corrientes plásticas que provenían del extranjero, sino en cuanto a su relación con la política cultural adoptada por el Estado mexicano, que era mantener el arte de tutela estatal que había proporcionado sustento a la retórica nacionalista en años anteriores, teniendo como consecuencia carencia de un espacio físico para las nuevas generaciones, así como de apertura en la crítica. Esta actitud gubernamental posteriormente cambió hacia nuevas expectativas del progreso y modernidad cultural, sobre todo con la creación del Departamento de Artes Plásticas del INBA (1957) bajo la dirección de Miguel Salas Anzures, quien organizó las dos legendarias Bienales Interamericanas de Pintura y Grabado, las cuales, a pesar de las grandes controversias que generaron por la aparente renuncia a la retórica nacionalista del arte figurativo, introdujeron entre los artistas mexicanos nuevas corrientes, mismas que el Estado comenzó a aceptar públicamente como parte de la modernidad cultural que se desarrollaba en México.
Por otra parte, Rita Eder expone el argumento de Shifra Goldman, que enuncia otra postura acerca del surgimiento de nuevas corrientes plásticas en México, el cual manifiesta que la caída del movimiento mexicano se dio “como consecuencia de una batalla ideológica en la que Estados Unidos exportaba para los fines de neutralización política, su propia versión de la pintura abstracta que fue acogida en México”. Es muy probable que tanto la necesidad interna de una nueva visión de las artes plásticas en México como la introducción de las corrientes políticas internacionales conformaran parte del proceso que transformó el panorama cultural en el país.
Los primeros espacios en México que abrieron sus puertas a la comercialización del arte de estas nuevas generaciones fueron las galerías privadas. Los coleccionistas que iniciaron comprando obras de artistas que pertenecieron a la Escuela Mexicana, posteriormente dirigieron su interés hacia Tamayo y los artistas más jóvenes, por lo que las galerías se integraron más fácilmente a una cultura internacional. En 1935, se funda la primera, la Galería de Arte Mexicano, por ella pasaron artistas, tanto de la anterior como de la nueva generación. Y para 1961, veintidós galerías ya habían inaugurado sus instalaciones albergando las tendencias de vanguardia mexicanas e internacionales; por citar algunas, la Galería Prisse fue inaugurada en 1952, la Galería Proteo en 1954, la Galería Antonio Souza> en 1956 y la Galería Juan Martín en 1961.