Hacia las últimas décadas del siglo XIX y el umbral del XX ocurrió un crecimiento económico sin precedentes en Chihuahua. El impulso de las reformas legislativas durante el prolongado gobierno de Porfirio Díaz atrajo inversión extranjera que desarrolló la industria minera, ganadera y forestal.
El crecimiento poblacional de la ciudad de Chihuahua y el incremento de la actividad comercial abrió oportunidades a quienes pudieran insertarse en el sistema capitalista, apoyados en la introducción del ferrocarril que comunicaba con la Ciudad de México y Estados Unidos de América. Entre los muchos comercios establecidos por esos años estuvo el del fotógrafo Bartolomé Velarde Seoane, quien durante más de veinte años retrató a los chihuahuenses, registró sus actividades y espacios vitales.
La fotografía de finales del siglo XIX en Chihuahua produjo imágenes que congregan el hacer, pensar y sentir de una época. Los álbumes fotográficos familiares tuvieron un uso social, las colecciones y visores de fotografías estereoscópicas eran una manera de conocer el mundo, así como los libros y revistas con fotografías ofrecían una forma de relacionarse con lo que se hacía en otras partes de México.
Los fotógrafos contemporáneos de Velarde en el Estado de Chihuahua, desde sus poblados, ciudades e itinerancias, produjeron para su clientela una manera de representarse, reconocerse y darse a conocer en el mundo; su mirada permanece en sus fotografías.
Jorge Meléndez Fernández
Bartolomé Velarde Seoane nació en Lima, Perú, en 1824, hijo de María Manuela Seoane Heredia y Simón Velarde Bohorquez; en 1854 se casó con Lucila Allen Arnold, de origen Inglés. Estuvo activo como daguerrotipista y fotógrafo entre 1855 y 1860 en una tienda de materiales fotográficos en la calle de Mercaderes y después en la de Espaderos, ambas en la capital peruana. Se estableció en la ciudad de Chihuahua alrededor de 1878, año de dificultades alimentarias en el Estado de Chihuahua y en el que todavía los fotógrafos se detenían por cortas temporadas en las comunidades, rentando casas o habitaciones de hotel para ofrecer sus servicios de retratistas y colecciones de vistas de otras ciudades que hubieran visitado.
El gabinete de fotografía era el lugar al cual se acudía para retratarse en el siglo XIX; contaba con diferentes espacios según las posibilidades del fotógrafo: la clientela era recibida en una sala; ahí elegía formatos en los muestreros y observaba trabajos terminados, así como fotografías en venta; en la galería se tomaban los retratos y en el cuarto oscuro se revelaban e imprimían las imágenes. Operaba con el auxilio de la familia del fotógrafo, algún ayudante o aprendiz del oficio. En algunos casos vendían materiales y aparatos para fotografía.
Bartolomé Velarde ocupó dos locales en la ciudad de Chihuahua: la esquina de la calle Libertad y 2ª, en el pórtico de Betancourt, donde permaneció hasta principios de la década de 1890. El segundo establecimiento se ubicó en la calle de la Libertad núm. 515, una casa donde habilitó una galería para su estudio y vivió hasta su muerte, el 17 de enero de 1903.
La calidad de sus retratos y prestigio le valieron el gusto de la sociedad chihuahuense quien visitó su gabinete de fotografía durante más de dos décadas. Su relación laboral con el gobernador Miguel Ahumada posibilitó el registro de las mejoras materiales realizadas durante más de una década. Sus fotografías alcanzaron los álbumes familiares, las colecciones de imágenes estereoscópicas, los libros, revistas y guías turísticas, medios en los cuales se usó y difundió la fotografía decimonónica.
La fotografía carte de visite o tarjeta de visita (9 x 6 cm) fue patentada por el francés André Adolphe Eugène Disdéri. Su invención condujo al gabinete a la práctica industrial, pues fue posible obtener múltiples copias de retratos en poco tiempo y a un costo menor que las imágenes únicas realizadas en daguerrotipo o ambrotipo. Su uso social introdujo el retrato como representación material de identidad en la sociedad moderna. Así se sustentó la moda del intercambio de tarjetas de visita en reuniones o por correspondencia entre familiares y amistades. La necesidad de reunirlas para admirarlas y mostrarlas a las personas cercanas creó el álbum fotográfico. Estos lujosos álbumes iniciaron la memoria fotográfica familiar en retratos de sus integrantes, su círculo de amistades y el recuerdo de momentos como bautizos, quince años y bodas con rendidas dedicatorias escritas al reverso de los retratos; así como el coleccionismo de personajes relevantes como artistas, políticos y religiosos.
Además de Bartolomé Velarde, hubo cinco gabinetes de fotografía establecidos en la ciudad de Chihuahua en diferentes momentos entre 1878 y 1903 quienes ofrecieron una amplia variedad de formatos y procesos fotográficos: Luis María Ramos, la familia de Sarah Short y Alfred Shea Addis, Charles C. Harris, J. Ornelas y Cía. y Pedro M. Hermosillo en la “Fotografía Artística”, Víctor J. Moreda y la “Fotografía Moderna” de Alfonso Quiroz y Compañía. Fabián Revilla, Juan N. Rodrigo, Maximillan T. Jesse y la sociedad Bacon & Havill también realizaron fotografías en la capital por cortas temporadas.
Las colecciones y álbumes de las familias chihuahuenses se colmaron de un amplio abanico de fotógrafos que operaron en diferentes ciudades, comunidades y algunos que itineraban por varios poblados del Estado. Entre ellos estuvieron William Henry Brown, Murillo y Compañía de la “Fotografía Artística”, el gabinete “Luz y Sombra” de White y Silva y una sucursal de Harris en Parral; la “Electric Gallery” en Ciudad Juárez; Luis Musy e Ignacio M. Dávalos en Batopilas; fotógrafos como Juan Maret recorrieron comunidades en los Distritos de Hidalgo y Jiménez. Los ejemplares de estudios fotográficos de otros estados del país y el extranjero permiten atisbar las relaciones y movilidad de las familias y sus amistades.
Hacia las últimas décadas del siglo XIX, la mejora tecnológica que la industria fotográfica desarrolló en cámaras, óptica para los lentes, sensibilidad de las placas negativas y papeles para impresión posibilitó las tomas exteriores en menor tiempo y mayor calidad. Los motivos vinieron de la tradición pictórica del paisaje en las fotografías panorámicas y del grabado de tipos populares. Estas fotografías fueron empleadas y comercializadas en diferentes formas; sus autores proveyeron al amplio mercado de la estereoscopía y la creciente industria de impresos con fotografías.
La creciente relación comercial con Estados Unidos importó la visión exotizante del Otro por lo que las fotografías de tipos como las lavanderas, tortilleras, vendedores o aguadores en su actividad cotidiana se reprodujeron por cientos de miles. Por otro lado, los retratos étnicos para la Exposición Histórico-Americana de Madrid en 1892 fueron realizados con una intensión científica, adoptada por la gran influencia cultural europea.
William Henry Jackson fue el fotógrafo viajero estadounidense más experimentado y destacado en pasar por Chihuahua cumpliendo una comisión en el Ferrocarril Central Mexicano. James N. Furlong y Francis Parker siguieron la ruta comercial común articulada con sus establecimiento en Las Vegas, Nuevo México y El Paso, Texas, respectivamente. Todos buscaron capturar imágenes atractivas que representaran a México para el mercado fotográfico internacional.
Otros registros obedecen a la captura de espacios arquitectónicos y sus habitantes, moradores o trabajadores; era la fotografía tomada como verdad y evidencia de las mejoras materiales realizadas en una administración pública que demuestra a través de la imagen sus logros.
La fotografía estereoscópica alcanzó enorme éxito comercial por su capacidad de inmersión al simular profundidad y difundir lugares novedosos desde la comodidad del hogar o el gabinete fotográfico. Las imágenes se obtienen con una visor especial que une las dos fotografías y recrea la tridimensionalidad de las personas y los espacios retratados.
El sistema de visión de la fotografía estereoscópica se desarrolló a mediados del siglo XIX y tuvo su auge con la industria fotográfica que posibilitó una gran producción de tarjetas, así como una amplia variedad de cámaras y visores, a comparación de sus antecesores en daguerrotipo. La mayoría de las ocasiones las imágenes eran cuidadosamente identificados al pie de las tarjetas donde estaban adheridas e incluso llegaban a incluir más información del motivo capturado al reverso.
Las vistas de innumerables latitudes, escenas y acontecimientos se reprodujeron y vendieron por millones en series de miles, muchas de ellas editadas por grandes compañías como Underwood & Underwood, Keystone View Company y Sonora News Company. Fotógrafos itinerantes primero y después los viajeros cargaban con cámaras estereoscópicas para obtener este tipo de tomas; otras imágenes fueron creadas por autores locales como Bartolomé Velarde.
El desarrollo de las impresiones fotomecánicas permitió incorporar fotografías con menor dificultad en libros e incluso junto al texto, de esta manera la última década del siglo XIX proliferaron publicaciones periódicas como las revistas ilustradas y periódicos con fotografías. Anteriormente los álbumes y libros insertaban impresiones de fotografías, grabados en madera o litografías basados en fotografías, pero fueron los procesos fotomecánicos como el fotograbado en placas metálicas los que permitieron trasladar con mayor fidelidad la imagen original.
El libro con reproducciones fotomecánicas se convirtió en un artefacto cultural, fuente de conocimiento y creador de imaginarios que narraba a partir de la relación imagen-texto; en su composición era el Editor quien seleccionaba y ponía en página las fotografías, organizando la información para el lector.
Los álbumes y libros de viajeros construyeron “lo mexicano” para los ojos extranjeros, siempre con una intención ideológica del qué se miraba y cómo se miraba. Así se entienden obras como Picturesque Mexico de Marie Robinson Wright y los registros de R.D. Cleveland en el libro Che! Wah! Wah!.
Franklin Company, la Industria Nacional y El Norte fueron algunos de los impresores que tradujeron al fotograbado las imágenes de Chihuahua. Las fotografías de Bartolomé Velarde se incluyeron en la Revista de Chihuahua y varias publicaciones oficiales relacionadas al registro que realizó para el gobierno de Miguel Ahumada, como las memorias administrativas. Guías turísticas como De México a Chicago y Nueva York dieron a conocer Chihuahua al mundo, donde el retrato del gobernante en turno y los espacios públicos y seculares fueron una constante en las elogiosas publicaciones porfirianas.