A sabiendas del innegable legado que es la obra mural del maestro Piña Mora, donde quedó plasmada gran parte de la historia de Chihuahua, en esta ocasión Casa Chihuahua dirige la mirada a su obra de menor formato: la pintura de caballete. Con influencias del Impresionismo y de los Fauves, Piña Mora imprime su sello personal en imágenes costumbristas mediante coloridos retratos, bodegones y paisajes. Sin embargo, la formación artística que tuvo en el centro del país no deja de tener presencia en el desarrollo de su obra.

Su pintura hace alusión a lo bello: a la música, a la mujer, a la abundancia de una mesa bien servida. Encuentra temas en la figura humana y en los bosques, en los amaneceres y en los días nublados, en la calma del mar y en el llano. Reconocidos por un marcado sesgo regionalista, sus cuadros recorren desde el semblante adusto del rarámuri hasta la campirana estampa del menonita.

Óleo, acuarela, pintura al temple, pastel y acrílico son los materiales que le han servido al pintor hidalguense para capturar escenas de la vida diaria. No obstante, destaca de manera sobresaliente la manufactura de su dibujo. Las formas nacidas de los trazos de grafito cobran vida por sí mismas y relatan la manera en que el artista percibió el mundo. Estas sobrias líneas contrastan con la frescura y espontaneidad de sus apuntes de formato pequeño, paisajes que no se preocupan en delinear a detalle la realidad, sino en experimentar, reinventar, trastocar la mirada con nuevos matices, de una manera casi lúdica.

Así, la obra del pintor continúa viva, escapa al tiempo para recordarnos quienes fuimos. Más que una ventana, su lienzo es un espejo de antaño en donde las imágenes reflejadas se niegan a desaparecer.

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