Por Rubén Mejía
[Julio 25 de 2017, Casa Chihuahua] Mariano Orcasitas nace en la villa de Chihuahua en 1782. Al morir tiene 56 años y en la década de 1820 contribuye de manera decisiva a la consolidación de Chihuahua como entidad a partir de la independencia de México en 1821. Desempeña los cargos públicos de síndico, diputado, senador, alcalde del Ayuntamiento y asume la jefatura política de la Provincia chihuahuense cuando la Nueva Vizcaya se divide en las demarcaciones estatales de Chihuahua y Durango, siendo el primer gobernador de Chihuahua como estado independiente del 11 de agosto al 19 de noviembre de 1823.
Pero Orcasitas –sin la H muda– más que un animal político es un hombre de cultura y de letras: un buscador incorregible de novedades bibliográficas en un espacio geográfico y social ajeno a tales actividades. En los años veinte, compra una prensa y nuevos tipos para la primera imprenta en Chihuahua, introducida en 1825, y un año después vende su biblioteca particular de 138 valiosos volúmenes al Congreso del estado por la cantidad de 274 pesos y 2 reales, un acervo con el cual se inaugura la primera biblioteca pública en Chihuahua.
En 1830,Orcasitas acrecienta a 240 el número de libros de la biblioteca del Congreso, gracias a la compra de las apariciones bibliográficas que realiza en sus viajes a la ciudad de México y, seguramente, a otras ciudades del país. Incluso el Congreso le concede, en tiempos de penuria económica y bancarrota del estado –tal como en el año de 2017–, una barra de plata para intercambiarla, gramo a gramo, por libros y más libros. Los títulos, muy actualizados para su época, no dejan de aumentar hasta 1839, año de su muerte. En 1860, según el historiador Francisco Almada, esta biblioteca cuenta con 1200 volúmenes.
La colección bibliográfica de 1826, la cual podríamos llamar con el nombre de su fundador, es una de las primeras bibliotecas públicas en México La mayor parte de estos centros culturales se inaugura en el país durante el siglo XX, sólo unos cuantos aparecen en el XIX. La Biblioteca Nacional de México, por ejemplo, se instaura oficialmente en 1838, pero abre sus puertas al público en abril de 1844. Y la primera biblioteca pública del estado de Jalisco se crea en 1861, es decir, 35 años después de la apertura de la biblioteca del Congreso de Chihuahua.
Desde sus inicios, esta colección bibliográfica tiene valiosos volúmenes y un acervo contemporáneo y “moderno”. Libros producidos en París, Londres, Madrid, Barcelona, Sevilla y la ciudad de México forman parte de su acervo. No deja de maravillarnos que novedades librescas europeas, editadas esencialmente en 1826, sean parte de sus títulos el mismo año de su producción editorial. Cientos de volúmenes atraviesan el océano y recorren buena parte del país, en carretas negras y enormes baúles, hasta llegar a tierras norteñas y desérticas, consideradas históricamente como bárbaras, gracias a la diligencia admirable de Mariano Orcasitas. Y así, en los albores de Chihuahua como entidad independiente, esta biblioteca incorpora, volumen a volumen, títulos y autores esenciales del pensamiento europeo y americano.
Obras de Alejandro de Humboldt (9 tomos), de Marco Tulio Cicerón (20 tomos) y Georges-Louis Leclerc –Buffon– (21 tomos), de grandes pensadores del siglo XVIII: Jean Jacques Rousseau, y el barón de Montesquieu; asimismo, autores clásicos de la historia de México: Francisco Javier Clavijero, el fraile Bartolomé de las Casas, el conquistador Hernán Cortez y el misionero Miguel Tellechea, autor del Compendio gramatical para la inteligencia del idioma tarahumar (1826), conforman este acervo invaluable para la instrucción de los políticos locales y a la disposición de todos los chihuahuenses que supieran leer.
La primera biblioteca pública de Chihuahua tiene una línea ascendente hasta 1860, año en que el Congreso la cede al Instituto Científico y Literario. A partir de entonces, no sabemos si su catálogo crece o si disminuye a causa de la incuria, tan frecuente en la historia de nuestro patrimonio cultural. Los únicos datos consignados por los cronistas es que la biblioteca regresa, en el siglo XX, al recinto del palacio de gobierno y que gran parte de su importante acervo se pierde y consume, junto con los archivos de la Legislatura local y del poder Ejecutivo, en el incendio inusitado del Palacio de Gobierno –cuyo origen nunca fue aclarado– el 21 de junio de 1941, durante la gubernatura de Alfredo Chávez.
Esta letra viva y memoria histórica finaliza, a 115 años de su fundación, entre el polvo cenizo y el rojo de las brasas, al igual que la antigua biblioteca de Alejandría.