El paisaje y los seres animados e inanimados que lo conforman siempre han impulsado mi trabajo fotográfico. Aprendí a amar a los árboles desde que era niño y jugaba entre ellos porque me acobijaban con su sombra, su solidez y sus aromas. Más tarde sus colores, sus texturas, su capacidad de generar lluvia y oxígeno, así como su eterno ciclo vital me compartían enseñanzas más profundas relacionadas con mi vida. Ahora estoy aun más impresionado al aprender que ellos se comunican, que son solidarios, que cuidan a sus hijos, que los organismos vivos más viejos del planeta son pinos, y que el más antiguo (Pinus longaeva) cuenta con 5,068 años.
En la Sierra Tarahumara he sido testigo de la crónica desigualdad socioeconómica y del racismo, aspectos negativos que fomentó el modelo de aprovechamiento forestal impuesto hacia finales del S.XIX, y que ahora agudizó la globalización económica. Así como en muchas partes del mundo, aquí la concentración de la riqueza y la marginación social que genera, han alimentado formas de violencia muy preocupantes.
Desde que empecé a recorrer la Sierra Tarahumara, hace 24 años, he podido documentar la asombrosa belleza y biodiversidad de sus bosques junto con su abyecta destrucción y la triste violencia ambiental y humana generados por el sistema económico que rige la relación con el bosque. Confío en el espíritu tenaz de los pueblos que resisten y quieren seguir viviendo en paz, con y en el bosque para ayudarnos a salir de esta absurda destrucción. Por el agua y tanta vida que alberga y genera los bosques, nuestra existencia depende en gran parte de ellos.
Si queremos un futuro para nuestra descendencia, nos toca pensar, reflexionar y dialogar sobre nuestras prioridades como civilización y reconstruir lo que hemos devastado. Estamos al borde del abismo, y tenemos que decidir ahora qué queremos dejarles a las futuras generaciones.
Bajo la lluvia es el producto final del proyecto "Donde alguna vez se erguían, gigantes: Visiones del bosque chihuahuense" apoyado por el Programa de Estímulos para Creadores De Arte (PECDA) 2018-2019 de la Secretaría de Cultura del Estado de Chihuahua.
David Lauer
Nacido en Indiana, desde 1992 David Lauer vive en Chihuahua, México, donde ha fotografiado el vasto Desierto Chihuahuense, la destrucción y conservación de los bosques de la Sierra Madre Occidental y numerosos movimientos sociales, entre otros temas. Desde 2003 ha documentado el maíz nativo mexicano como parte de la campaña de soberanía alimentaria y la defensa de semillas nativas. Su trabajo se ha publicado en numerosos libros y también en fotografía fija para las películas como No hay lugar lejano (2012) y Sunú (2016). Se le otorgó el Premio Chihuahua en el 2000 por la serie llamada Nocturna Suma además de un apoyo para el proyecto Luces y voces del desierto de la Fundación Binacional para la Cultura.
Actualmente está elaborando una instalación, Bajo la lluvia que es la entrega del proyecto, Donde alguna vez se erguían, gigantes: Visiones del bosque chihuahuense, apoyado por el FONCA en el ciclo 2018-2019, a través de su Programa de Estímulos para Creadores de Arte.
A invitación de David Lauer, acudí el 10 de julio al Centro de Patrimonio Cultural Casa Chihuahua a ver su instalación Bajo la lluvia. Esta es una presentación multimedia de procesos que innegablemente representan la riqueza y el drama en el que se desenvuelve la vida comunitaria y las relaciones inter-étnicas en las montañas y cañones de Chihuahua. En pocas palabras, me fue transmitido un sentido mensaje que subraya nuestra responsabilidad pasada, presente y futura en la preservación de la base de la vida.
La instalación provee de un ambiente rico en manifestaciones audiovisuales con el fin de imbuir al visitante en el bosque serrano de la Tarahumara. David no escatima en presentar fotografía, contextualizada con el audio del canto de pájaros, disparos de bala, motosierras y voces de personas. En este último, la voz del chérame (anciano) ralámuli afirmando que “los pinos se están acabando” de forma repetitiva, crea la sensación de que es el lejano recuerdo de un antiguo habitante que advirtió en su debido tiempo del ecocidio en curso, pero que en el presente ya es muy tarde para revertir. Algunas fotografías de paisajes desolados, incendiados, desertificados, parecen reafirmar esa idea.
Sin saber que lo era, comencé el recorrido por la salida, donde su ubicaban las fotografías más optimistas. Lo finalicé por la entrada, donde estaban las fotografías más desgarradoras. Si bien pude haber terminado con algo de pesimismo, la secuencia me pareció lógica. La situación social, política y ambiental en la sierra se está descomponiendo a pasos agigantados. Si antes lo que golpeaba a la población era sólo la confrontación armada, ahora que los jefes de plaza se repartieron el territorio y consolidaron su soberanía, la situación es aún más ominosa. No se mueve ni un pelo sin que lo sepan y aprueben los soberanos de cada región, quienes a su vez ordenan y disponen lo relativo a su nueva economía política, el cultivo y trasiego de enervantes, la tala ilegal, el establecimiento de vedas forestales y sanciones a ejidos, el tráfico de personas, e inclusive funciones que antes correspondían al Estado, pero que por su ausencia, retoman los nuevos mandamases: vialidad, salud, salubridad, repartición de ayuda alimentaria, justicia, con el trasfondo de una violencia machista exacerbada por la narcocultura. Es por ello que la instalación de Lauer representa, sin duda, una denuncia de esa violencia estructural que va profundizando sus raíces día a día.
No voy a profundizar en la calidad estética de las fotografías de David, porque además de que no es mi área, su trayectoria habla por sí sola en cuanto a rigurosidad. Es muy afortunado que esa habilidad de capturar los momentos esté puesta al servicio de una causa como es la integridad de los bosques, y que en otras ocasiones lo ha sido el maíz y seguramente otras más. La alarma internacional en torno al veloz deterioro ambiental, que ya no se limita sólo al calentamiento global, es traída a lo local por David Lauer, y nos muestra que justo en nuestro estado está ocurriendo una tala de proporciones incalculables que contribuye de manera directa al colapso gradual del ecosistema llamado Planeta Tierra. Tomando en cuenta lo anterior, nos toca inferir que nuestra responsabilidad para detenerlo es proporcional al nivel del problema.
Contribuyendo a la ambientación, se encuentran algunos montones de piñas de pino, montones de casquillos de bala a lo largo del corredor, como ambientando la colección diversa, emblemática y representativa de la realidad serrana. Se presentan las imágenes de árboles en distintos momentos, bajo la llovizna, tras el fuego, un madroño descarapelándose y otro que tras el incendio y su corteza calcinada mostraba su color rojo interior como carne a flor de piel. No faltan el juego de luz y sombra, las espinas de Pochote y un árbol que semeja un par piernas abiertas en un alarde de hiperrealismo visual. Lo ecológico, sin embargo, se entrelaza en momentos con lo sociopolítico, lo biocultural y lo criminal, pues la siguiente etapa de fotografías nos lleva a escenarios en los que refleja la violencia cotidiana, como es aquel frío paisaje filtrado por el vidrio atravesado por las balas…
Un espacio especial es reservado para Cerro Prieto, el lugar que fue talado de forma inmisericorde por grupos delictivos y posteriormente incendiado justo a la salida de San Juanito a Creel, municipio de Bocoyna. Ese momento, aunque no el único en que esto sucede fue el que derivó en la alarma ciudadana respecto al saqueo desmedido de madera por parte del crimen organizado. A partir de aquí se detonaron las denuncias de la Diócesis de la Tarahumara y de la ciudadanía a través de diferentes plataformas. La tala no sólo no amainó, sino que se ha acelerado al grado de que no es aventurado vaticinar que vastas porciones de la Sierra serán pronto plenamente desertificadas ante la indiferencia (por no decir el miedo y/o la complicidad) de las autoridades. El retrato muestra un paisaje sin señal de vegetación viva, tan sólo suelo seco y ceniza, quizás un anuncio de lo que venía a una mayor escala.
El pequeño espacio está lleno de estímulos, que se extienden a la escenografía del cielo y las piñas de pino colgantes, al lado de las cuales se dan las proyecciones de un conjunto de diapositivas de corte más social, con imágenes esperanzadoras de personas de las comunidades restaurando el bosque y haciendo trabajos colectivos de reforestación.
Una de las virtudes de esta instalación es su visión integral de la realidad serrana como un todo, no desarticulado ni descontextualizado. Es claro que todo esto deriva de un profundo dolor que siente el autor, que lo lleva de un análisis sociopolítico a una expresión audiovisual. No surge pues esta colección de una visita circunstancial a las montañas, sino que es el producto de toda una larga época de exploraciones constantes en lugares recónditos de la serranía, a través de los cuales y del tiempo se experimentaron sentimientos y pasiones que vienen a desbocar en este momento y lugar.
Me uno a este grito que en clave cultural se alberga en Casa Chihuahua, y espero que pronto pueda ser accesible a todo público, que llegue profundamente a sus conciencias y que Bajo la lluvia contribuya, como ya lo hacen muchas otras iniciativas ciudadanas, a levantar un intenso y decidido movimiento social para la regeneración del planeta y de todas las facetas de nuestras existencias, quede o no quede tiempo.
Horacio Almanza Alcalde
Chihuahua, Chihuahua, octubre de 2020
Actualmente en el museo Casa Chihuahua se encuentra instalada la exposición Bajo la lluvia que es el resultado del proyecto Donde una vez se erguían gigantes: Visiones del bosque chihuahuense por el fotógrafo David Lauer. Acompañada de la banda sonora de Emiliano López Rascón.
Su propuesta, más que imágenes, es un conjunto de elementos que envuelve todos los sentidos, utilizando una narrativa que transporta hasta lo más profundo del bosque y nos hace percibir la grandeza de sus árboles, permitiendo sentir la belleza tanto de los detalles como su entorno. Por otro lado plantea la problemática de la tala excesiva y la forma en que acaban destrozados, no sólo los bosques, sino también las personas que han luchado e incluso muerto en vano por conservarlos.
Personalmente considero que el montaje provoca sentimientos contradictorios, al presentarnos una maravillosa sierra chihuahuense y a la vez muestra la violencia y destrucción que la invade, todo frente a estos testigos mudos que logran sobrevivir sin que puedan detener lo inevitable.
Una vez que la contingencia sanitaria permita abrir al público, es sumamente recomendable esta conmovedora instalación. Considero acertada la decisión de combinar fotografías, sonidos, texturas entre otros componentes, ya que al fusionarse las percibo como una clara protesta, que les da voz a estos gigantes silenciosos.
Sylvia Alonso
Chihuahua, Chihuahua, octubre de 2020
Bajo la Lluvia, la instalación fotográfica de David Lauer expuesta en la Casa Chihuahua se encuentra en espera del cambio de semáforo de naranja a amarillo para abrirse al público con el menor riesgo de contagio ante el COVID 19. David Lauer, estadounidense de nacimiento y chihuahuense por adopción, cuenta con 28 años de radicar en la ciudad de Chihuahua. Entre sus haberes tiene la virtud de la paciencia que se manifiesta en elaborar temas fotográficos específicos y de largo aliento. Durante el proceso él recopila imágenes que va integrando en archivos temáticos, al mismo tiempo que profundiza en el conocimiento de la realidad fotografiada. En este período el fotógrafo apoya a quienes fueron fotografiados con materiales didácticos o presentaciones para fines sobre todo educativos y de difusión sobre el tema.
Bajo la Lluvia es la primera instalación del autor y es el resultado de un proceso fotográfico realizado a lo largo de 28 años, periodo que le permitió amalgamar los elementos integradores del gran tema: El bosque de la Sierra Madre de Chihuahua, de ahí que la instalación sea un formato, además de idóneo y conmovedor, un medio desafiante para que el espectador desentrañe los relatos simultáneos, tanto visuales como auditivos, del gran tema planteado en toda su complejidad por el artista.
Para fusionar las realidades del bosque, el autor pone en primer plano el mundo natural que se cruza con el uso mercantil del bosque, a través de cuatro proyecciones en gran formato en dos espacios distintos: uno que corresponde a la obscuridad y el segundo que corresponde a la luz, los dos mundos están comunicados por un pasaje de trocería apilada que da cuenta de un patio de madera. A través de los espacios de la instalación vemos fluir los dos mundos: uno hacia la destrucción y otro hacia la restauración. El eje conductor de este primer plano es la palabra encarnada en la voz de un lugareño que advierte el futuro sin agua y el de la poetisa ralámuli Dolores Batista en su poema, Si el monte hablara, que nos recuerda que el bosque es un ser viviente. Me pareció sobrecogedora la banda sonora que envuelve la instalación y entrega el sonido de la vida silvestre interrumpida por el ruido de las motosierras y las detonaciones de armas de fuego como un continuo que empieza y termina en un tiro de gracia.
En un plano intermedio el cielo representado por fotografías de nubes impresas en tela de donde se suspenden balas a manera de lluvia, por las que la instalación lleva su nombre y una colección de 18 fotografías colgadas de la pared en los dos espacios mencionados que reflejan la diversidad de los bosques serranos intercalados por imágenes de su destrucción.
En un plano de fondo el desperdicio se simboliza en montones de balas distribuidas en espacios a manera de bosques vistos desde lo alto que representan el conflicto armado que pasa por los homicidios de defensores del bosque, la tala ilegal, y el sufrimiento de una población que han querido someter a toda costa y, sin embargo, resiste en las palabras que advierten las voces del monte. Por otro, las piñas arrinconadas nos recuerdan el desperdicio que se concentra en los aserraderos como capote que se quema y aserrín de un bosque dilapidado por la prisa incesante de sacar los mejores ejemplares del bosque para la industria forestal.
Al iniciar la instalación una maqueta de cine, a la cual te puedes asomar y mirar al fondo una fotografía congelada, nos alerta que estamos en stand by frente a la magnitud del problema y la necesidad apremiante de proteger y restaurar los bosques que aún quedan como reguladores del clima, la casa de la vida silvestre y de los habitantes de la sierra.
Con estos elementos establecidos en los planos primero, intermedio y de fondo el fotógrafo nos aproxima con elocuente maestría y madurez a la realidad del bosque de la sierra de Chihuahua en una sinfonía que con la debida distancia nos augura una realidad profética de destrucción entre las motosierras y las detonaciones de armas de fuego; los cantos de los pájaros y la palabra escrita de la poeta Lolita Batista.
Para el espectador, el desafío es acercarse al relato con la intención de integrar los elementos que se nos ofrecen de forma simultánea e inseparable, como es la realidad, porque todo lo que relata la instalación está sucediendo al mismo tiempo. Me parece que es un espectáculo que se podrá disfrutar sin prisa, en pequeños grupos, mirando en diferentes direcciones y escuchando con atención.
Esta instalación se ha realizado con el apoyo de personas e instituciones empezando por los indígenas y mestizos que le abrieron las puertas a los bosques en Madera, Urique, Guachochi, Baborigame, Ocampo y Guerrero; por la Consultoría Técnica Comunitaria con quien caminó y a través de quien entregó en formatos pedagógicos sus fotografías; de las instituciones del Gobierno del Estado y por supuesto de la Casa Chihuahua quien acogió la instalación Bajo la Lluvia que nos alerta sobre la destrucción del patrimonio biocultural más importante del estado de Chihuahua.
Felicidades a David Lauer por su instalación Bajo la Lluvia, un desafío para quienes aman el bosque de Chihuahua.
María Teresa Guerrero Olivares.
Chihuahua, Chihuahua, 11 de julio del 2020.
El otro día un amigo de mi hijo, de 6 años, trajo al parque el cuerpo de un lagarto sin cabeza. El niño miraba al animal (que supuse fue su mascota), triste y excitado a la vez.
¿En qué momento nos obligan a sentir las cosas de una única y totalitaria manera?
Desgraciadamente, parece que solo un niño puede sentir dos cosas distintas ante la misma situación: lamentar la muerte del animal y admirar la belleza de su pequeño cuerpo descabezado. Tocarlo, jugar con él, fantasear con los colores de una piel a la que ni la muerte arrebató el brillo.
Algo así sientes al entrar en ese mundo infantil inicial de Bajo la lluvia. Sientes detrás de todo la mano del niño, del loco o del artista para el que el tiempo no es una línea cronológica, sino un volumen, un espacio líquido en el que zambullen al mismo tiempo pasado, presente y futuro.
Uno podría pensar, si escucha de alguien el concepto de la instalación a priori, que pudiera ser asfixiante, muy violento.
La sorpresa oxigenante llega nada más entrar y encontrarse con la franqueza y la disposición de un trabajo infantil de escuela.
Pero no hablo de simpleza ante ese viaje emocional inicial: el hecho de percibir el punto de vista de un niño o una niña, de repente, lo torna más perturbador.
Para que el espectador realice ese viaje, primero lo debe realizar el artista. Lauer nos habla desde el niño que permanece encantado por el embrujo que el bosque le provocó en su infancia.
El contraste por ver colocados, en el mismo plano significante, esa parte de mural infantil escolar junto con la calidad de la mirada adulta de un fotógrafo experimentado, en pleno dominio de la técnica y los recursos plásticos, es de una contundencia sobrecogedora.
Las cosas más complejas se expresan de la manera más simple, parece decirnos el artista. Nos perdimos como adultos y traicionamos el bosque del que salimos. Vuélvanse niños y empiecen por mirar las cosas de otra manera.
En el texto que recibe al visitante, David Lauer nos habla del embrujo que le causó el encuentro con todo el universo que supone un bosque cuando era niño.
Acto seguido, pasado el umbral, Lauer nos obliga a agacharnos, para replantearnos nuestra mirada, ¿desde dónde mirar lo que nos espera? Desde los ojos de un niño.
Porque solo mirando las cosas de otra manera, éstas podrán cambiar. Todo empieza por la mirada. Y así es como empieza Bajo la lluvia.
En esta danza macabra y paradójica en la que vamos a sentir una mezcolanza de emociones, empezamos con pasos de un baile que pudiera parecer irónico, lúdico.
Caminamos y el dispositivo del desconcierto empieza a generar remolinos internos en el visitante: lo que nos rodea es la prueba tácita de que el ser humano es capaz de destruir lo más bello y, con los restos de esa destrucción, con los materiales de derribo, construir otra paradójica belleza.
Entonces, percibiendo el brillo de los casquillos de balas amontonados como diamantes (bajo el tríptico de Cerro Prieto), como piezas desgastadas de un tesoro ancestral encontrado por unas manos de niño, llega el terror.
Un terror en el que la belleza no está exenta. Porque aquí, en este microcosmos, nada viene solo, todo tiene su contrapunto.
La belleza del sonido del cantar un pájaro no es categórica porque no vive sola en el mundo que hemos creado: se vuelve inquietante en el contexto de voces de alarma y disparos.
Con “Extinción Masiva VI” progresamos en el terreno de lo paradójico: la ironía más feroz y directa junto al dolor más emocional: el que yace en nuestra memoria. En los fantasmas de un pasado que no volverá más que en forma de sombras fotográficas.
La proyección que nos importa es la que sucede afuera de esa pequeña sala de cine de títeres que parece salida de una escena de David Lynch.
En esa pared superior, la memoria se presenta como en un acto de resistencia, y reminiscencias del mejor Chris Marker vienen en esta fragmentación de la vida en descomposición. ¿Qué nos queda? señalarla e intentar crear una nueva forma de vida.
El progreso queda en evidencia como un acto de destrucción.
Seguimos y aparece un pasillo: un punto de fuga que más que hacernos avanzar, nos empuja en la penetración de la paradoja. El encapuchado a contraluz rodeado de fuego, ¿es víctima o verdugo? Increpando a que, quizá, todos seamos potencialmente esas dos cosas. Lo terrible no es algo ajeno, extraño, alejado: lo terrible reside dentro de nosotros.
El visitante pudiera ceder a la tentación de rellenar esa silueta oscura con su propia figura: un acto radical de empatía, de arte inmersivo. Eso me pasó a mí.
Un paso más allá y voces rarámuris nos envuelven. De nuevo, cosas distintas de la mano: lo ajeno y lo ancestral, lo extraño y lo familiar, el silencio y el lenguaje, se dan la mano porque, quizá, son las dos partes de una misma cosa.
De nuevo la sensación de un trabajo infantil de clase: recojan cosas del bosque y hagan un mural. ¿Qué hay en el bosque? Balas y piñas. Vida y muerte. Pero, sobre todo y mal que me pese: belleza. En esta instalación, respiro una inquietante y perturbadora belleza.
El díptico final, formado por Cementerio Baborigame y Cerro Prieto, me incita a una última reflexión sobre el acto fotográfico.
No hay exhibicionismo formal. El hecho de no poner título a las fotos, sino simplemente hacer mención a los lugares en los que fueron capturadas, es un acto moral.
La cámara no como ente autoritario en tiempos de exhibicionismo del que mira y quiere ser mirado, sino la cámara como prolongación de los ojos del artista.
Un artista que empezó obligándonos a cambiar la mirada y agacharnos para ver las cosas a la altura de la infancia, y se revela al final como alguien que pone la cámara a la altura de su alma. En ese lugar incierto desde donde la foto que surge, es una historia.
Una historia que encierra tanta vida y tanta muerte, como las distintas miradas que se acerquen a ella.
Con la ligereza formal de un mural infantil como tarea de clase, sincero, lúdico, desnudo, antiretórico, te golpea la densidad emocional que irradia una instalación que no está encadenada a un concepto sin la explicación del cual su existencia peligra, sino a una emoción paradójica.
A una conmoción alejada del binarismo occidental y apegado a una concepción más oriental de la existencia; la que acepta el pensamiento paradójico: poder sentir cosas distintas ante la misma situación.
No hay duda de la intención política, moral, ética y hasta holística del autor. Pero el lenguaje usado dista mucho del maniqueísmo propio de una obra discursiva y anclada solamente en una situación sociopolítica coyuntural. Porque Bajo la lluvia asciende por encima de la coyuntura y la causalidad, para alcanzar el valor estructural que tiene un bosque; un mito.
Miguel León
Chihuahua, Chihuahua, octubre de 2020
Bajo la lluvia es el nombre de la intervención artística del conocido fotógrafo David Lauer instalada en una de las salas de Casa Chihuahua Centro de Patrimonio Cultural. Es una excelente muestra del sentido social del arte que nos invita a todos nosotros a reflexionar sobre los desafíos actuales que enfrentamos como civilización, y más concretamente los efectos de la deforestación y destrucción de uno de los espacios con más biodiversidad del país; la Sierra Tarahumara. Al entrar en la sala, el espectador puede apreciar una división en dos grandes áreas: la primera más amplia y espaciosa que, en retrospectiva, hace recordar elementos de la belleza de los bosques de la Sierra Tarahumara. En ambos costados de sus paredes se muestran selectos dípticos y trípticos fotográficos que presentan detalles de la diversidad del bosque, formas caprichosas de cortezas, hongos y paisajes de pinos y otras especies de flora; proyecciones en la pared de imágenes de danzas rarámuri acompañado con la música ritual correspondiente. El techo adornado con imágenes de nubes y cielo donde cuelgan cientos de conos de pinos hacen sentir que uno se encuentra dentro de un tupido bosque. Lo visual, la música, el ambiente y los conos de pinos ayudan a percibir la Sierra. Hay una fotografía que me llama poderosamente la atención por encima del resto. Muestra una imagen dolorosamente frecuente en la localidad de Baborigame; dos hombres, tal vez padre e hijo, cruzando un camino de terracería y observando a lo lejos dos camiones de carga repletos de gruesos troncos retirándose a la distancia. Un recordatorio del extractivismo imperante en la Tarahumara que mercantiliza los recursos naturales como productos sujetos a compraventa, sin considerar la compleja y frágil relación que existe entre especies, ecosistemas y la vida humana. A la segunda área de la sala, se accede a través de un espacio angosto formado entre dos grandes mamparas con imágenes de troncos de pino cortados. Un espacio que al cruzarlo imprime una extraña sensación de la magnitud de la tala y deforestación del bosque. Este segundo espacio es más sombrío y recuerda al visitante los peligros de tala inmoderada y de la extinción de especies -incluida la humana-si se continúa con el mismo paso. Los conos de pinos son sustituidos por cientos de castillos percutidos de balas de grueso calibre, cuelgan del cielo y el suelo se cubre de ellos en donde extrañas formas de plantas parecen emerger del metálico suelo. Sin duda una alegoría del nombre de la intervención, bajo la lluvia de plomo y la lluvia de pinos, ambas imágenes que suelen convivir en la Tarahumara. Los sonidos de metralletas y sierras eléctricas se escuchan y construyen otro de los ambientes frecuentes en la tarahumara, la violencia, la deforestación y destrucción de territorios. La instalación logra perdurar en la memoria. Es un producto trascendental del proyecto Donde alguna vez se erguían gigantes: Visiones del bosque chihuahuense apoyado por el Programa de Estímulos para Creadores de Arte (PECDA) 2018-2019 de la Secretaria de Cultura del Estado de Chihuahua. En él, se transmite el conocimiento de David de más de 28 años recorriendo la Sierra Tarahumara, sus territorios y conociendo sus habitantes. El sentido social del arte que, argumento, tiene la intervención Bajo la lluvia, se encuentra encarnado en varias aristas. Primero, la intervención artística de David refleja su amor por la biodiversidad y el bosque, y también por su preocupación por las problemáticas que aqueja, no solo a este pulmón de México, sino a toda nuestra civilización por la creciente violencia estructural sufridas en la Sierra Tarahumara que ejerce el modelo económico dominante contra formas de vida humanas y no humanas. Segundo, la intervención transmite un mensaje social profundo, un llamado, y una esperanza. El mensaje es a que seamos conscientes del peligro que corremos si dejamos que la economía de lógica capitalista, extractivista y concentradora de riqueza se posicione por encima de la diversidad biológica y de proyectos civilizatorios que florecen en diversos rincones del planeta. Esto es muy evidente con el mensaje de la creciente y alarmante deforestación y violencia ejercida por el narcotráfico, que diversifica sus negocios con la tala legal e ilegal en la zona. Los incendios intencionales, los despojos, la tala indiscriminada, la complicidad son expresiones concretas de las múltiples facetas de violencias que se viven en la Tarahumara. El llamado, es a asumir una perspectiva holística y relacional del bosque. En corrientes de estudio antropológico actuales son comunes las perspectivas que asumen la realidad como parte de asociaciones múltiples y heterogéneas donde las fronteras usuales entre lo social y lo natural se desvanecen. Así, los bosques, capturados por los lentes y la sensibilidad de David, pueden ser considerados como compleja red de balas, pinos, sierras eléctricas, caminos, indígenas, tala montes, prácticas de resistencia y de violencias. Todo se encuentra relacionado, conectado y mediado de múltiples maneras. Es imposible no mencionar las asociaciones existentes de la intervención de David Lauer; la protección y cuidado de la biodiversidad de la Sierra Tarahumara, y los retos globales que ahora nos aquejan como el Covid-19 y el calentamiento global. Y es que la emergencia sanitaria que ha trastocado la vida cotidiana de todo el planeta está íntimamente relacionada con la deforestación y la pérdida de biodiversidad en la zona. “La aparición de la COVID-19, ha puesto de relieve la íntima conexión que existe entre la salud humana y nuestra relación con el mundo natural”, dijo el Secretario General de las Naciones Unidas en su mensaje con motivo del Día Internacional de la Diversidad Biológica el 22 de mayo. Cuanto más biodiverso es un ecosistema, más difícil es que un patógeno se propague rápidamente o domine. Por tanto, la pérdida de biodiversidad brinda la oportunidad de que los patógenos pasen entre los animales y las personas. La acción humana ha reducido la biodiversidad y modificado las estructuras de la población de vida silvestre a un ritmo sin precedentes. Las Naciones Unidas señalan que, en los últimos 50 años, la población humana se ha duplicado, el tamaño de la economía mundial casi se ha cuadruplicado y el comercio mundial ha aumentado unas diez veces. A este ritmo, se necesitarían los recursos de 1,6 planetas Tierra para satisfacer la demanda de los humanos cada año, y más especies están en riesgo de extinción que en ningún otro momento. La deforestación, la invasión de hábitats de vida silvestre, la agricultura intensiva y la aceleración del cambio climático han alterado el delicado equilibrio de la naturaleza. Hemos cambiado el sistema que naturalmente nos protegería y hemos creado condiciones que permiten la propagación de patógenos, incluidos los coronavirus. Por último, la intervención Bajo la lluvia transmite también una esperanza; que su mensaje y su capacidad de persistir en la memoria de quien la visita y conoce es punto de encuentro no solo de reflexiones, sino de acciones que deben de crearse y reunirse en torno a un fin común. La defensa de la biodiversidad y el respeto a las formas culturalmente diferentes de los pueblos indígenas son rutas cruciales para mantener esa esperanza viva y para finalmente persistir como civilización. Espero que el padre e hijo de Baborigame que ven alejarse los camiones llevándose los pinos de sus territorios sientan que también existe esa esperanza, por el bien de todos.
Juan Jaime Loera González
Chihuahua, Chihuahua, 14 de julio del 2020.
La instalación fotográfica Bajo la lluvia, en estos tiempos de pandemia, fue abierta en el Centro de Patrimonio Cultural, Casa Chihuahua, con la supervisión seria y abierta de David Lauer. Por ahora solo algunos privilegiados pudimos acceder. No, el autor no posee actitudes discriminatorias ni es elitista, ¡al contrario! ha sido muy cuidadoso, de que en estos días de COVID-19, la condena de aislamiento, sea un momento de comunicar previamente lo que colectivamente podamos compartir, de manera estética, crítica y reflexivamente.
David Lauer, es fotógrafo crítico. Es su obra Bajo la Lluvia lo confirma de manera contundente. Quién lo conoce, los que han participado en sus proyectos y han podido escucharlo y debatir con él, sabe que es una persona comprometida en diversas luchas que enfrentan la injusticia medioambiental, el desacato a los derechos humanos, el poco respeto al patrimonio cultural indígena y a la dilatada política cultural del norte mexicano.
Por ello, la expectativa que me gestó su trabajo, resultaba inquietante. Lo conozco por su excelente trabajo fotográfico de los paisajes culturales del ecosistema del desierto chihuahuense y de los bosques y selvas de la Sierra Tarahumara. Los conoce muy bien. Pero ahora Bajo la Lluvia, pone en evidencia la desesperación y la impotencia de lo que es vivir el saqueo, ya no de los “talabosques” clásicos, esos rufianes que en la obscuridad tumban árboles sin registro oficial alguno.
Ahora, es la impotencia e impunidad por ese saqueo y la depredación de los bosques con registro, sin registro, con armas en mano, apoyado con amenazas y balas; que roban, venden, extorsionan y atemorizan a toda la cadena productiva forestal; atacando directamente a poblaciones de ejidatarios y ranchos indígenas de la Sierra Tarahumara, que por seguridad y sobrevivencia han migrado convirtiéndose en desplazamientos humanos forzados por el narcotráfico a las ciudades principales del estado de Chihuahua.
El itinerario fotográfico está conformado de dos partes. La primera inicia con las imágenes que nos ejemplifican el bosque, su humedad y sus microambientes; hay videos que nos enseñan simultáneamente, la actividad forestal que es envuelta en imágenes con nubes y cielos azules; con lluvia de “piñas” o semilleros de los pinos durangensis y chihuahuana; en el piso se disponen montículos de esas piñas, que desprenden ese aroma de los bosques de la tarahumara y se complementa con el sonido de las aves que se escuchan en las mañanas serranas.
La segunda parte de la instalación es definitiva. Sí la primera pudiera llamarle “Bajo la lluvia de la semillas de los bosques”; la segunda parte se autodenominaría “Bajo la lluvia de las balas”. Es el momento de la demostración de la impunidad que se vive en la sierra.
Casquillos de bala de armas poderosas, caen del cielo nublado, están en el piso arrinconadas, cientos de casquillos, el color amarillo-bronceado no las hace ver mal, pero sólo eso. Son en realidad producto de la violencia y de la insistente impunidad que se vive en la Sierra Tarahumara. Es la certeza de la violencia, fueron recolectadas en los pueblos que han sido desplazados, condenados al abandono de sus tierras y bosques.
La opresión en el pecho es inmediata, es producto de esta expresión estética que provoca, y que premeditadamente David Lauer, quiere gestar en el espectador. Su intensión se potencia con una caja donde se proyecta el fragmento de un video donde se demuestra la injusticia social y ambiental, que ha provocado la violencia del narcotráfico.
Es de resaltar que bajo esa “seguridad” abusiva y prepotente que da un arma de alto poder para atemorizar o asesinar, se convierta en la llave maestra, para destruir un ecosistema que, paradójicamente, pone en cuestión los recursos hídricos en los desiertos, hoy tan disputada en los distritos de riego del río Conchos.
A esta infame situación, que el gobierno de la república, hasta ahora se niega a combatir, enfrentar, aminorar o hasta negociar para impedir su continua devastación. La instalación fotográfica, es una estrategia pedagógica artística con capacidad de concatenar, simultánea, transversal y de manera desafiante, el pensamiento de los pueblos indígenas de la Sierra Tarahumara y la larga historia de desequilibrios e impunidades.
Con imágenes, sonidos, semillas, casquillos de balas, videos y palabras David Lauer, despliega en todo un muro de la instalación una frase inexorable:
Si pudiera hablar el monte
esto es lo que nos diría:
No me quites el respiro
no me quites las piernas
ni los brazos.
Tú, el que esto hace
tu propia vida estás acabando.
Roloisi Batista (1962-2004)
Ojachichi, Bocoyna, Chihuahua.
Federico J. Mancera-Valencia
Chihuahua, Chihuahua, julio de 2020
Visto desde la tierra el cielo aparece dividido ¿acaso hay una división del territorio que escapa a nuestra perspectiva?
Desde la inserción al mundo industrializado del siglo XIX impulsado durante el Porfiriato, el valor y uso del territorio mexicano fue fundamental para el gran desarrollo económico que consiguió el Estado de Chihuahua en esa época. La inversión de grandes capitales extranjeros, posibilitada por el despojo legalizado de los territorios habitados por las comunidades indígenas y el lucrativo deslinde de terrenos baldíos, alimentó el mercado de una creciente industria minera y maderera. En un mundo que tenía en la madera la materia prima para la construcción y fabricación de innumerables bienes, los bosques de la sierra de Chihuahua resultaban un reducto imprescindible. Así se entiende la visión tras enormes proyectos como el aserradero Pearson a inicios del siglo XX, origen de la comunidad de Mata Ortiz, o la empresa Bosques de Chihuahua mediado el siglo.
Cien años han pasado y la falacia del recurso forestal inagotable no ha impedido la sobre explotación de los bosques de la sierra chihuahuense; el único cambio admisible por la industria ha sido una mejora tecnológica que abastezca el consumo. El registro fotográfico como evidencia científica data desde la aparición de la imagen fotográfica, hace más de 180 años, sin embargo su veracidad quedó en entredicho desde su manipulación y uso; de tal manera que el testimonio fotográfico ha de analizarse e interpretarse desde su origen y finalidad.
Bajo la lluvia de David Lauer no solo tiene en la imagen el medio fundamental para comunicar el ecocidio con su amplio registro fotográfico, sino además el arte en su fotografía es un recurso para expresar las vertientes de una catástrofe. El diseño sonoro y los objetos que integran la instalación museográfica completan el contorno de la realidad en las comunidades serranas, su belleza y destrucción.
Con la imaginación como fuente para la recreación se nos presentan algunas escenas: la visión de un espectáculo desolador casi futurista, un estrecho pasadizo entre enormes bolillos apilados, una lluvia de balas que caen de un cielo parcelado por la delincuencia organizada. Todo es confluencia de una mirada que ha investigado, explorado y convivido por años entre los pobladores de la sierra de Chihuahua; imágenes expandidas en proyecciones de ideas en conversa. Una mirada que nos cuenta las historias de sus comunidades, sus relatos de supervivencia.
La mirada que documenta siempre ha de ser cuestionada desde lo que excluye, lo que en muchas ocasiones oculta. En un mundo desbordado por el positivismo y anegado por la imagen bonita, en la cual se suele insertar a la sierra chihuahuense en abstracto, el valor documental y la denuncia que las fotografías de Bajo la lluvia presentan es inconmensurable. El delicado entramado que entrelaza las complicadas situaciones que viven quienes habitan la serranía tiende sus hilos hasta nosotros, la conciencia que tengamos de las tensiones en su urdimbre será en beneficio de todos.
Jorge Meléndez Fernández
Chihuahua, Chihuahua, octubre de 2020.
Han pasado 20 días desde que entré a Bajo la lluvia y en todo ese tiempo no he dejado de pensar lo que me hizo sentir, desde mi perspectiva fue como si un milagro me llegara en días de crisis y enfermedad, me sensibilizó de forma hermosa.
Al entrar los sentidos se activan, viendo, oyendo con todos los detalles de lo que parece ser un sueño entre paredes, puedes imaginar las manos que ataron las balas que adornan los cielos del lugar, las piñas y los murales cerca del suelo, los sonidos son nostálgicos, voces y ruidos naturales, reales. Las fotografías conversan y no sé si a todos nos dirán lo mismo, pero podemos ver que los gigantes existen (árboles), que los seres vivos que conforman la naturaleza de la sierra son hermosos, sabios, que tiene sentido de existir, con un ciclo de vida tan simple que es el mantenimiento de la vida en la tierra, hay gente que sabe eso por su cercanía con esa sabiduría estando en el verdadero hogar de los humanos que es la naturaleza, pero la mayoría de los hombres parecen olvidar esa esencia tan pura y tranquila distraídos en sus vidas individuales siguiendo el movimiento capitalista, adornado de comodidad falsa, siguiendo una vida absurda con el único camino a la extinción definitiva. Podemos ver como se comercializa toda esta deforestación sin ánimos de restaurar ni un poco, por comodidades para sólo unos pocos, contagiando al resto de los hombres de sed de “necesidad”, llenando las cabezas de ambición, ambición cruel e indiferente, que se burla de la sensibilidad de las personas que realmente amamos a la tierra y admiramos la complejidad de su perfecto funcionamiento por sí sola, con la mejor tecnología que existe, lo confunden con algo débil, sin embargo es la vida más inteligente, que arreglaría las mentes de muchos vibrando con la empatía que nos enseña el mundo natural.
A pesar de que nos estamos extinguiendo en el rostro de las personas que vemos en las proyecciones, las imágenes de deforestación, en los estruendos del audio y todo lo que en la exposición nos hace sentir que estamos en una pesadilla, nos conmueve viendo como la historia de la humanidad es hermosa con todo y el caos, también lleva los detalles de la gente que estuvo de paso en su construcción, esa gente en la que nos podemos reflejar, lo que hacemos mal, lo que podemos arreglar, cargamos sus vidas de alguna forma que nos hacen reaccionar, eso es hermoso y necesario, ver esa tristeza, apreciar eso bajo la lluvia como si estuviéramos en el limbo de todas esas vidas en la sierra, buscando señales de qué está fallando, ahí podemos ver todo un trasfondo de cómo nos hemos perdido y desbalanceado la vida en la tierra.
Espero que la gente pueda abrir sus sentidos para sentir que podemos arreglar esto antes de que sea tarde, recordar que sentimos, que tú, yo, los demás, somos lo mismo, sentimos igual, las plantas y los animales también y que no hay necesidad de convertir el sentir de los demás en una agonía, cuando todos podemos estar en calma y seguros dejándonos ir por esta sincronía que tiene la naturaleza de funcionar perfectamente, dejando la arrogancia, el orgullo y la ambición que nos hacen ver tontos, desestimando la empatía y la sensibilidad como si fueran menos que esta “lógica analítica”, pero la verdad es que la inteligencia emocional siempre ha sido la más difícil de controlar, la que nos mantiene estables de forma social y viéndolo de una forma más profunda lo que mantendría estable el curso de los humanos en la tierra con todos los demás seres vivos. Creo que esto se podría lograr si saliéramos a ver cómo crece un árbol, como caen sus hojas y como éstas nutren el suelo para que vuelva a seguir con vida, ver que es así de sencillo y, que es absurdo el concreto que no lo permite y que sólo sirve para seguir calentando la tierra, sin embargo nos pareció la idea más inteligente para sentirnos cómodos andando, sin buscar más formas.
Con todo y la arrogancia que tiene el hombre por ser el mejor entre todas las especies, de siempre tener más, ¿por qué se ha olvidado de realmente poder ascender a la perfección con los métodos correctos? con el estudio profundo de nuestro alrededor, impulsado por la emoción de hacer todo bien y acondicionar el mundo adecuando los distintos ambientes naturales con los materiales que le correspondan y funcionen amablemente con ellos, seguir analizando nuestros comportamientos y arreglar el mal para sólo poder seguir siendo mejores, que todo sea más fácil, no para sólo unos, sino para todos los que nacimos aquí.
Diana Perches.
Chihuahua, Chihuahua, 30 de julio del 2020.
Hablaré desde ciertos vacíos de información que tengo, porque entonces me da por pensar que así miramos “muchos” algunos aspectos del arte y la cultura. Es decir, no lo sé de cierto, pero Casa Chihuahua es un espacio que considero de públicos del tipo cultural turístico y/o hasta cierto punto didáctico, abordaré mi experiencia sobre una exposición que tuve la oportunidad de ver a petición del artista, me refiero a David Lauer. Si parto de la idea que tengo de Casa Chihuahua pudiera decir que la exposición cumple las expectativas, es decir, que es acertada, me imagino por ejemplo a un grupo de adolescentes de una secundaria viendo esta exposición y puedo pensar que la obra pueda sensibilizar ante el tema si lo veo como un producto. Hay otra mirada mía en esta experiencia y es la de artista visual (que apela a un diálogo con semejantes, artistas pues, con colegas que técnicamente deberían ser alguien que lee y ve mucha obra de muchos otros artistas, en mi caso, me determina el interés en las prácticas, herramientas, etc. del arte contemporáneo) en donde considero varios aspectos que no me lograron convencer, es decir, que si lo mira un grupo de público un poquito (no mucho) más especializado, quizá con alguna noción básica de curaduría y crítica entonces saltan algunas preguntas, o al menos fue mi caso. El lugar me parece muy reducido para toda la “información” que tiene esa exposición, ya que es un despliegue de soportes (foto, vídeo, instalación, diorama, archivo, audio... de lo que recuerdo). Desde el techo hay unas mantas impresas que hacen las veces de cielo y muchas balas suspendidas con hilo transparente (como lluvia entiendo, creo, la intención del artista). La luz no me complacía sentía la necesidad de una ventana de luz natural (pero eso sea acaso personal), se escuchaban, no sé si testimonios en "aire" pero sentía todo tan cargado de información que me era casi imposible concentrarme, quizá algún lugar de descanso visual y físico como una banquito me hubiera servido para abrirme más. El diorama, las impresiones, tantas tintas, tanto acrílico, tantos stickers, proyectores, energía, es decir, tanto plástico que me hace pensar en las industrias a las que estás criticando y sin embargo que utilizas como material/soporte. Me gustaría otro abordaje, más crítico contado desde de los que viven ese suplicio de la defensa del territorio en la sierra, mapeos, trabajo en conjunto, documentos, abstracciones y sobre todo y aunque sea, una poquita de esperanza basada en hallazgos de quién camina esos territorios. Pero quizá desde mi experiencia entiendo el tema porque conozco algunos activistas y amigos que hacen esta labor, como el mismo David (a quienes no me queda más profesar profunda admiración y respeto) y, que para mí, parezca “obvio” un enfoque que quizá no lo sea en general para la sociedad (considerando los accesos de información verificada que ofrecen los medios públicos) y si es así, la exposición tiene caso. Tengo la idea de que cuando se abordan problemáticas sociales es más honesto hablar desde lo colaborativo o participativo, desde quien lo vive realmente, el artista, considero, que puede tomar parte, ¿es acaso el documentar una manera de colaborar? Sin duda, pero cuando lo haces desde lo personal queda la duda de la interpretación del que miró y sabemos que la imagen es plástica y moldeable, ahí quizá cuando lo hablas desde lo colaborativo se da otro tipo de dinámica, otra producción compartida, más desde la colectiva y dialéctica. Personalmente me pareció cargada, de elementos en un espacio reducido, de colores muy contrastados y de sonidos. Comentando con una amiga que me sugiere que la exposición más que didáctica o pedagógica es ilustrativa y no es que tenga que ser bonita ¿acaso sea que el tema es cargado también y es metáfora? Incluso un intento más “arte povera” tendría más coherencia para mí gusto. Desde mi lectura, la propuesta del artista es ilustrativa, reafirmante, literal, aleccionadora (poquito paternalista), desesperada, y para mí, como público, es más bien desesperante.
Tania Petite
Chihuahua, Chihuahua, octubre de 2020.
Esta es la dedicatoria de la exposición Bajo la lluvia, una instalación sobre el bosque, de David Lauer y este enunciado su centro.
Usualmente cuando uno visita una exposición en un museo de espacio considerablemente amplio, para ver el trabajo de una persona dedicada a la fotografía por décadas, que además gesta acciones culturales y de activismo, espera entrar a una de las salas de mayor dimensión. Sorpresivamente nos encontramos la muestra en un pequeño espacio que por su disposición museográfica al internarnos, nos introduce a una pequeña esquina. Esto resulta en una analogía de la lucha de la resistencia contra la devastación de los recursos naturales, o que es lo mismo, la devastación de nuestra propia especie humana.
Diré, sin ningún interés actual de hacer un reclamo al respecto, que aunque este estado es un gestor de hacedores de fotografía, el número de exposiciones a lo largo de décadas ha sido dentro de los espacios de los museos, de un porcentaje bajo, si se compara con los otros eventos expuestos en la historia de la cultura en Chihuahua. Diré que esto no importa ya mucho porque la fotografía en su naturaleza misma se escurrió, como agua entre las cuencas de las manos, para bien y para mal, y se ha diversificado, convertido en otra cosa, también incontenible, como el arte en general.
Las fotografías enmarcadas y dispuestas en hilera, tienen una justificación cada vez menos entendible. Son tan pocas las muestras que lo merecen o se resuelven perfectamente en esta manera y las que nacen para hablarnos así en esa disposición. David nos da un regalo barroquísimo, extraño y más si volteamos a ver su trabajo de años anteriores. Nos da una caverna pequeña de reflexiones, con indicaciones que las personas despistadas no leemos; no me di cuenta que había unas flechas para conducirse por la expo. Oí que algún visitante le llamó a esa disposición “la división del bien y la parte del mal”, a la segmentación en la que está aparentemente dispuesta la exposición, y aunque no lo noté al recorrerla, sí está seccionada en dos espacios con la intención a una reflexión dual.
Me sorprendió un objeto que no pensé que David en algún momento trabajaría, una maqueta a la que confundí con una réplica en cartón de una trituradora de papel la cual mi cabeza no quiso examinar por creerla rápidamente entendible y lógica a la muestra; hasta que al salir me preguntaron que si vi el “cinito” y, por supuesto, regresé para no perdérmelo.
Esa no (y sí) trituradora de papel, era una pequeña maqueta de cartón de un cine, hecha con manos que no se dedican a maquetear, ni concebir exquisiteces para el ojo (al igual que las dos pinturas de los paisajes serranos que contiene la exposición), se parecía tanto a los interiores de los antiguas salas cinematográficas de Chihuahua en los momentos de decadencia de ellas, a unos años antes de ser demolidos, para luego hacerlos estacionamientos o tiendas de consumo. Bioy Cazares, escritor argentino alguna vez dijo en la década de los ochentas, que las salas cinematográficas eran los reemplazos de las iglesias, espacios donde congregaban a la gente y te adoctrinaban. ¿Ahora dónde están esas salas? Posiblemente en este dispositivo electrónico en el que lees este texto. Y reflexionando más en el “cinito” de esta exposición me recuerda la reflexión de Boris Groys en su ensayo de Volverse Público, cuando dice “...El cine ha mostrado su superioridad sobre los demás medios, cuyos mayores logros han sido preservados bajo las formas de tesoros y monumentos culturales inmóviles, al poner en escena y celebrar la destrucción de estos monumentos...” “...Aunque el cine como tal es una celebración del movimiento, en comparación con las artes tradicionales, paradójicamente conduce a la audiencia a nuevos extremos de inmovilidad física...”
El trabajo de David en esta exposición fue una esquina que replicaba, como se respira en la sierra de Chihuahua, entre casquillos de balas deshechos de los ejércitos de narcos que se han instalado en el territorio, cielos azules, bosques y plantas propias del desierto, desconocidas para una gran mayoría de gente que habitamos en las ciudades, ciudades las cuales caminamos sobre devastación normalizando la enfermedad y la obediencia sin cuestionamientos.
Dentro de la exposición, la réplica fotográfica 1 a 1, del conducto o pequeño túnel de anillos de árboles talados que lleva de un espacio al segundo dentro del plan museográfico, el cual es un angosto pasillo obligatorio a transitar, cubierto de una imagen similar al papel tapiz que por su técnica bien realizada, impresa en un material preciso y de sensación texturizada vuelve a ese pasillo amable y acogedor por representar a la madera e inclusive es inclinado hacia la representación pictórica volviéndolo aún más atractivo. Esta sensación es contraria al efecto imponente, extraña y triste que da cruzar por un real apilamiento de troncos, que aunque huela a resina, a pino, a la sierra, a confort, nos sabemos enfrente de árboles recién derribados. Es una cuestión que ha dado la mayoría del arte de nuestros tiempos (interno en uno de los vértices del siglo XX, lo cual es herencia del XVIII y XIX) en el ojo entrenado a través del arte, la contemplación hacia la estética de todas las cosas, o tal vez será que en tema de la “naturaleza” en realidad nada nos puede dejar de parecer formalmente apreciable o posible de desprendernos de la contemplación a cualquier ser/objeto que provenga de ella. Y al final esto tampoco importa, pues su sentido interno de la exposición tiene un peso mayor, o como dice también Boris Groys “...A través de un acto de compromiso político real, la forma estética pierde su relevancia y puede ser descartada en nombre de la práctica política directa...” y en el caso de Bajo la lluvia, una instalación sobre el bosque’, su naturaleza interna de denuncia, pesa.
Luly Sosa
Chihuahua, Chihuahua, octubre de 2020
Escribir acerca de la producción artística de David Lauer implica reflexionar acerca del proceso. Por un lado, sobre la acción de recolección del material tanto tangible como intangible. En este orden, se podría mencionar sobre lo visible y lo palpable como lo son las piñas, los casquillos, las fichas y las ramas secas. En segundo lugar, es preciso aludir a lo intangible, a través de la investigación de campo con la cual, el artista, recopila historias y nos sumerge en experiencias compartidas mediante la documentación plasmada por medio de la fotografía, dando como resultado el registro implícito de la huella de la situación económica, social, ecológica y política del país, incrustada en la sierra tarahumara.
Por otro lado, en esta instalación, resulta imprescindible realizar un ejercicio de memoria sobre el proceso del montaje, que decantan en el trabajo en equipo, la comunicación y el diálogo entre colaboradores con el creador, en donde converge lo creativo, la retroalimentación, la disciplina, lo repetitivo, el orden y la limpieza, entre otros adjetivos que podrían calificar la instalación de Lauer. Asimismo, el desarrollo de la materialidad dentro del espacio, implicó la apertura y la adecuación de la sala, el uso de diferentes soportes museográficos como paneles suspendidos, proyectores, iluminación e intervención en el piso, con materiales como lonas sublimadas, fotografías digitales, dibujos al pastel, incluso la participación de Emiliano López Rascón con la banda sonora y una maqueta realizada por Oswaldo Bencomo.
En este sentido, hablar sobre la ejecución de la instalación Bajo la lluvia es también repensar sobre el tiempo, su producción no solo conllevó 7 meses de trabajo, sino años de planificación, metodología, investigación, activismo e innumerables manos. De igual manera, el experimentar y la adaptación a la “nueva realidad”, supuso la aceleración – desaceleración, la constante incertidumbre y deseo de apertura al público. Sin embargo, la resilencia promovió la paciencia y el replanteamiento de otras posibilidades para la salida del contenido y su discurso, a través de charlas virtuales y visitas controladas, que no solo incitaron la crítica, sino también la oportunidad reconocer necesidades y otros caminos que replantean el rol del espacio museístico.
Desde que llegó David Lauer a Casa Chihuahua acogimos la riqueza de su producción, la creatividad inagotable y la complejidad misma, también, vivimos la experiencia de su profesionalismo y voluntad. Su trabajo y consistencia se ven reflejados en Bajo la lluvia, que es sin duda una instalación que se compone de diversos elementos sensoriales que nos invita a atender el grito del bosque. Adentrarse en su mundo es estar presente: es escuchar, oler y percibir lo que ocurre en nuestro entorno inmediato, el mismo que evoca a la reflexión sobre la explotación y la exploración, la sensibilización y la visibilización.
Graciel Arantza Vargas Ramírez
Chihuahua, Chihuahua, 06 octubre de 2020.
Casa Chihuahua
Libertad 901, Zona Centro, Chihuahua, Chih., México, CP31000
(52) (614) 429‑3300 extensiones 11720, 11725 y 11734.
Abierto de miércoles a lunes, de 9:00 a.m. a 5:00 p.m. (cerrado los martes).
Cerrado  el 1º de enero,
el 15 de septiembre y el 24 y 31 de diciembre
Entrada gratuita todos los domingos.